Señor, mi alegría es saber que me amas

Isaías (40, 1-11), Daniel 95, Evangelio según san Mateo (18, 12-14)

Las lecturas de Isaías que estamos meditando en estos días están llenas de alegría, esperanza y, sobre todo, amor de Padre; por ende, meditar en un Dios que dice: “Consuelen a mi pueblo, déjenlo aspirar la libertad, lléguenle a Jerusalén al corazón, comunicándole que ya terminó su destierro, que su culpa quedó cancelada, que ya recibió de mi mano el doble por todos sus pecados”, nos llena de gozo, pero también del inmenso compromiso de acogerlo y responder a su llamado.

Hoy sabemos que tenemos un Padre que no quiere que ninguno se pierda, pues nos ama a todos sin distinción y, si alguno se extravía, saldrá como buen pastor a buscarlo y rescatarlo; así lo dice Isaías, pero también lo indica el propio Jesús desde el evangelio de Mateo que meditamos en esta ocasión. Hoy la Palabra de Dios nos llena de gozo, una alegría que surge de nuestro corazón agradecido y consciente de que somos hijos amados de un Padre misericordioso.

¿Qué nos corresponde hacer a nosotros? Primero que nada, debemos ser plenamente conscientes de que somos protegidos y bendecidos por el buen pastor, esto significa dejarnos amar, saber que, a pesar de lo difícil que parezca la vida, no estamos solos o extraviados, pues es el propio Dios quien a través de Nuestro Señor Jesucristo viene a rescatarnos.

Señor, hoy quiero reconocerme salvado, amado y rescatado, ese sentimiento se traduce en agradecimiento y deseo de servirte; por eso te quiero pedir, mi amado Jesús, que me ayudes a servir a tu voluntad, preparando el camino a tu llegada y convidando a otros a acogerte. Gracias por amarnos y por llenar de gozo nuestras vidas.

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